Brumación

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Brumación

«et mox
bruma recurrit iners».
(y pronto
retorna el inerte invierno.)
Oda 7 del libro IV de Horacio.

El solsticio de invierno se arrastra, vertebra a vertebra,
sobre el lomo de la culebra de esculapio,
la bruma resbala hasta su caja torácica y
se apodera del ritmo de la sangre,
el corazón va más lento
y la respiración se amansa.
El solsticio de invierno dilata sus pupilas,
la bruma le ablanda la piel, le dulcifica las escamas.
En una danza hipnótica la culebra de esculapio contonea la lengua,
buscando en la oscuridad la madriguera con el olor de sus hermanos.
Elena Soto

*La palabra bruma es un cultismo que procede del latín; en origen significaba ‘solsticio de invierno’ (época del año en la que los días son más cortos) y, por extensión, designa de forma poética y genérica al invierno. Las Brumales (en latín Brumalia) eran las fiestas del solsticio de invierno.

La brumación es un estado de aletargamiento que experimentan reptiles y anfibios durante el invierno o períodos prolongados de bajas temperaturas. Los animales ectotermos o de sangre fría, es decir, aquellos que no son capaces de regular su temperatura corporal, sino que dependen de fuentes de calor externas como el sol, disminuyen su actividad metabólica para ahorrar energía.

Culebra de Esculapio – Zamenis longissimus

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Especie de gran tamaño, de aspecto esbelto y estilizado, con una cabeza estrecha y alargada. Esta culebra debe su nombre a Asclepio, dios griego (Esculapio para los romanos) de la curación y la medicina, en cuya imaginería porta un bastón con serpiente enroscada, que hoy es el símbolo de la Medicina. En cuanto a su nombre científico, el específico de longissimus  (la más larga) estaría plenamente justificado para Europa Central, ya que puede alcanzar los 2.000 mm de longitud total.

William Ospina

William Ospina

Oración de Albert Einstein

Advierto con profunda perplejidad
que el hermoso guijarro que abandono en el aire
se precipita recto hacia la tierra.
Tal vez para una hormiga que fuera en el guijarro
seria más bien la tierra lo que cae,
verde planeta que se precipita.
Para el soldado inmóvil
antes de halar la cuerda de su paracaídas
vertiginosamente asciende el mundo.
Y si al pasar el tren ante su cobertizo
el mendigo no viera los vagones
sino al niño que en ellos deja caer la manzana,
vería que la manzana toca el suelo
lejos del sitio donde el niño la suelta,
que la manzana cae oblicuamente.

Advierto que la firme realidad de este mundo
cambia de ser a ser, de conciencia a conciencia.
El gato observa las felinas estrellas.
Nunca verá el astrónomo
que mira el arco de la medialuna
el sobrehumano rostro que esa luna diadema
o esos pies de una virgen que la huellan.
Es tan sincero el mundo
que ni una piedra olvida tener sombra.
La memoria del prado
recuerda el rojo de las amapolas
y al primer soplo tibio lo despliega.

¿Cómo agradeceré que el agua no se incendie
aunque asile en su rostro sereno las hogueras?
¿Cómo agradeceré que las alondras canten
aunque Julieta las maldiga a todas?
Sé que esta luz de estrellas es más vieja que el mundo.
Que estas constelaciones son como un plano fósil
de lo que fue hace siglos el firmamento.
Sé que la masa enorme de los cuerpos celestes

altera el curso de la luz de la estrella
y que ese punto inmóvil que brilla en las alturas
innumerables veces se retorció en su curso,
trazó letras de luz en la piel de los siglos.
Todo rayo de luz porta antiguas imágenes,
y la energía es la terrible victoria
de la materia sobre el tiempo.
Las caprichosas nubes einstenianas
fulminan con sus rayos einstenianos los árboles
y rota la ecuación del vapor leve y del líquido peso
dulcemente se perlan las llanuras.
Me gusta el mundo dócil donde atrapo mis peces
con el anzuelo de un interrogante,
y pregunto en mi alma
cómo agrava la música la substancia del mundo,
qué es lo que escapa del violín y nos hiere.
Se marchita la música
en las elipses de la sinagoga
y Castor envejece más que Pólux.

Gracias, Señor, porque no tienes rostro,
porque eres rosa y dédalos de azufre
y muerte tras la herida y tras la muerte larvas
y previsibles astros tras los discos de eclipses.
Permíteme atrever mis inútiles fórmulas,
líricos mecanismos, serventesios de cuarzo,
trinos brotando de un vértigo de átomos.
¿Qué puedo hacer contra el ángel que altera?
¿Contra el que cambia todo azul en cianuro,
toda belleza en daño?

Algo mayor que el mal rige estos mundos.

Cada mañana pido a mi silencio
que el corazón gobierne al pensamiento,
y cada noche pido perdón a las estrellas.
Pero después olvido
y sé, mientras la luna danza en el pozo,
que Dios será sutil, pero no es malicioso.

William Ospina (Padua, Tolima, 1954)

El astronauta prepara el descenso

La enorme luna blanca está tan cerca
y aún no puedo creer que soy yo el elegido
para dejar mi huella en sus desiertos.

Todo es ya la blancura.
Miro entre olas de sombra a la ballena blanca del cielo.

Hijo de turbias razas que temieron la noche,
las ideas oscuras, los dioses, las pieles oscuras,
ahora soy el ápice del arpón antiquísimo
que codicia la carne de este planeta blanco.

Alguien sabe en lo alto que estoy girando en tomo de la luna.
No puedo recordar en este instante si
Él habló de la luna en sus parábolas.
No sé si aprobará que un hombre hecho de polvo,
de polvo y de pecado, pise los peldaños del cielo.

Para saber quién soy, sé que debo contar con la última estrella,
sentir que en mí se cruzan infinitas distancias,

que soy el ojo que titila de profundidades incandescentes,
la mano que moldea como cera las masas de hierro,
la que traza las ínfimas parábolas
y levanta en neblina la geometría de las aguas.

Nunca estuve tan lejos de mí mismo
(porque soy el planeta, porque el aire es mi sangre,
porque verdes criaturas silenciosas sin cesar se convierten en carne mía
porque sangrantes animales sacrificados se convierten sin fin en mi fuerza
y en mi pensamiento)
pero sé que no sueño, sé que estoy ascendiendo a otro tiempo.

Vengo aquí a visitar los reinos de mi infancia,
un país de espectrales cañones de polvo,
un país de nostálgicos cráteres como lagunas secas,
un país de opresivo y submarino silencio.
Sé que esta soledad tiene su precio,
pues todo explorador de jamás visitados abismos
algo profana con su carne mortal,
algo perturba con su mente atestada de recuerdos.

Qué pensará este ser de imposible blancura
cuando sienta en sus valles el peso de un ser vivo?
Nunca nadie tocó sus plateadas polvaredas inmóviles,
nunca el dolor humano ni la esperanza humana agitaron su atmósfera,
nunca sintió su piedra eterna la tremolación de la vida.

Si se soltara una paloma a volar
como flecha en este espacio dócil,
se soltara un tigre de duros y ágiles músculos
y piel de nocturnos incendios, si se soltara
un saltamontes nevado, a saltar de verdad
sobre los montes lunares, no sería tan extraño el instante.

Traigo los dones y las maldiciones que
fueron acuñados para el hombre,
la memoria y sus hijos asombrosos, el tiempo y la muerte,
y los tres están llenos de criaturas que ya no abandonarán este suelo.

Durará en una huella sobre la piel ceniza del mundo blanco
el peso de los siglos, la reverberación de los rostros
de las entretejidas generaciones que me hicieron posible,
y acaso en la memoria de las estrellas
no se hablará de un hombre, se cantará que
un mundo mágicamente tocó las mejillas de otro
y volvió lleno de un impalpable horror,
de una maravilla imperceptible,
una sola certeza que se adicionó en oro
al caudal de su sangre y sus sueños.
Alexandria Revista de Educação em Ciência e Tecnologia

William Ospina (Herveo, Tolima, Colombia, 2 de marzo de 1954),  escritor, periodista y traductor.

Seleccion de poemas del autor.

Lucía Sánchez Saornil

 

«Perderé como tú, si se da el caso,
la cabeza pero nunca las alas. »
A la Victoria de Samotracia

Cuatro Vientos

Mi balcón:
rosa del cristal frente al ocaso.
En el río del horizonte
naufraga Cuatro Vientos,
nido de águilas de acero,
de alas inmóviles
y vientres sonoros.

Tarde de Domingo,
cuando se ahoga el sol en el río fantástico.
He aquí los grandes pájaros sonoros,
rondel de gaviotas,
sobre un mar lejano.
En la costa ilusoria
hay un faro:
la torre radiotelegráfica.
He aquí los grandes pájaros sonoros,
que se elevan, se persiguen y se abaten,
sobre las lejanas olas imaginarias.
Tornan a alzarse
triunfales, como cóndores altivos,
trepidan los vientres locos
en una embriaguez de energía,
canto bárbaro de las fuerzas domeñadas.
Un pájaro soberbio
rasga el cristal del poniente
en un vuelo al sol.
Y de pronto
aletea… gira y cae.
Temblamos,
como si la tierra se hubiera removido
en una sacudida sísmica.

Un pájaro yace inerte y roto:
sobre la tierra,
cara al sol,
el corazón del pájaro muerto
de una estrella caída y opaca.

El río del horizonte,
que se había teñido de sangre,
se desbordó por los cielos.

Publicado bajo el pseudónimo de Luciano San‐Saor en “Cervantes” 1919.

Su primer poema claramente vanguardista es Cuatro Vientos, publicado en Cervantes en junio de 1919, dentro de una selección hecha por Cansinos-Assens con el título de Los poetas del Ultra. El poema hace referencia al aeródromo de Madrid y un accidente ocurrido. Es una clara exaltación del mundo moderno.

Es en vano

Para Eugenio Montes, piloto ultraísta

Detrás de nosotros
dejamos un rastro de cadáveres.
A cuántos los quisiéramos resucitar
y darles su sol y su cantar y su sonrisa
Nada hay que pueda ponerlos en pie
De algunos nos hemos traído el perfume
pero ellos van en sus cajas negras
río abajo.

Paisaje de arrabal

Anochecer de domingo

¿Quién aprisionó el paisaje
entre rieles de cemento?
Bocas hediondas ametrallan la noche
Los hombres que tornan del domingo
con mujeres marchitas colgadas de los brazos
y un paisaje giróvago
en la cabeza
vendrán soñando en un salto prodigioso
para que el río acune su sueño
Un grito mecánico entra en el puente
De pronto alguien
ha volcado sobre nosotros su mirada desde
la curva de la carretera
Pasó
Sus ojos van levantando
los paisajes que duermen
Ahora la luna ha caído a mis pie.

Panoramas urbanos

La noche ciudadana
orquesta su Jazz Band

Los autos desenrollan
sus cintas sinfónicas por las avenidas
atándonos los pies.

En el bar canta una canción
agua y cristal.

Cascabeles mudos
cuelgan sobre la pista.
Sobre el tapiz voltaico
hay un ballet fantástico
enlutado como un duelo.

Estos funámbulos
hemos arrinconado el aro de la luna
y el corazón el viejo pirueteista
anda desorientado.

Pero los cerebros como granadas explosivas.

Hay un box formidable.

Al final
todos queremos cabalgar
los caballos de bronce de las glorietas.

Lucía Sánchez Saornil nació en Madrid, 13 de diciembre de 1895 y murió en Valencia, 2 de junio de 1970. Fue una poeta, militante anarquista y feminista española. Utilizó el seudónimo literario Luciano de San-Saor, y los periodísticos La Compañera X, Vigía, Un Confederado,
Lucia se centra en el ultraísmo, movimiento del que es fundadora y en el que participa activamente. Muestra de ellos es su coparticipación en el Manifiesto ultraísta publicado en la revista Cervantes en el año 1919.

Lucia sanchez saornil

Corcel de fuego, Madrid, Torremozas, 2020, ed. de N. Capdevilla-Argüelles.
Horas de revolución, Calumnia Edicions, 2019.
La cuestión femenina en nuestros medios, São Paulo/Santiago de Chile, Eleuterio/Terra Livre, ed. de Thiago Lemos.
Lucía Sánchez Saornil. Poeta, periodista y fundadora de Mujeres Libres, 2014, Madrid, LaMalatesta, ed. de A. Fontanillas Borràs y P. Martínez Muñoz.
Poesía, Valencia, Pre-Textos, 1996, ed. de R. M. Martín Casamitjana.
Lucía Sánchez Saornil: Poétesse, anarchiste et féministe by Guillaume Goutte.

Lucía Sánchez Saornil: de la vanguardia al olvido, Rosa Martín Casamitjana.

 

Las cazadoras de setas

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Las cazadoras de setas

La ciencia, como sabes, mi pequeña, es el estudio
de la naturaleza y del comportamiento del universo.
Se basa en la observación, en la experimentación, en la medición,
y en la formulación de leyes para describir los hechos revelados.

Antiguamente, se decía, que los hombres ya venían con cerebros
diseñados para perseguir a las bestias de carne a la carrera,
para lanzarse a ciegas hacia lo desconocido,
y luego encontrar el camino de vuelta a casa cuando se perdían
transportando entre todos  el cuerpo de un antílope.
O, en un día malo de caza, nada.

Las mujeres, que no necesitaban perseguir a sus presas,
tenían cerebros que localizaban puntos de referencia y trazaban rutas entre ellos
a la izquierda en los arbustos de espinas y atravesando las peñas
mirando en el hueco del tronco del árbol medio caído,
porque allí a veces hay setas.

Antes del garrote de sílex, o de las herramientas de carnicero de sílex,
el primer utensilio de todos fue un cabestrillo para el bebé
para tener las manos libres
y también como recipiente para bayas y setas,
raíces y hojas buenas, semillas e insectos.
Luego un mortero de sílex para aplastar, triturar, moler o romper.

Y a veces los hombres perseguían a las bestias
en la profundidad de los bosques ,
y nunca regresaron.

Algunas setas te matarán,
mientras que otras te mostrarán dioses
y otras saciarán el hambre de nuestros estómagos. Identifíca.
Otras nos matarán si las comemos crudas
y nos matarán de nuevo si las cocemos una vez,
pero si las hervimos en agua de manantial, y tiramos el agua
y luego las hervimos una vez más, y volvemos a tirar el agua,
entonces podemos comerlas con seguridad. Observa.

Observa los partos, mide la hinchazón de los vientres y la forma de los pechos,
y a través de la experiencia descubre cómo traer a los bebés al mundo de forma segura.

Obsérvalo todo.

Y las cazadoras de setas repasan las rutas que recorren
y observan el mundo, e interpretan lo que observan.
Y algunas con éxito se lamen los labios,
mientras que otras mueren agarrándose el estómago.
Así se hacen y se dictan leyes sobre lo que es seguro. Formula.

Las herramientas que creamos para construir nuestras vidas:
nuestra ropa, nuestra comida, nuestro camino a casa…
todas estas cosas se basan en la observación,
en la experimentación, en la medición, en la verdad.

Y la ciencia, recuerda, es el estudio
de la naturaleza y del comportamiento del universo,
basado en la observación, la experimentación y la medición,
y la formulación de leyes que describen estos hechos.

La carrera continúa. Una científica primitiva
dibujó bestias en las paredes de las cuevas
para enseñar a sus hijos, ahora bien alimentados de setas
y de bayas, lo que sería seguro cazar.

Los hombres siguen corriendo tras las bestias.

Las científicas caminan más lentamente, subiendo a lo alto de la colina,
bajando hasta la orilla del agua, atravesando el lugar por donde fluye la arcilla roja.
Llevan a sus bebés en los cabestrillos que hicieron,
liberando sus manos para recoger las setas.
Las cazadoras de setas (Mushroom Hunters), poema de Neil Gaiman.

The Mushroom Hunters

Science, as you know, my little one, is the study
of the nature and behaviour of the universe.
It’s based on observation, on experiment, and measurement,
and the formulation of laws to describe the facts revealed.

In the old times, they say, the men came already fitted with brains
designed to follow flesh-beasts at a run,
to hurdle blindly into the unknown,
and then to find their way back home when lost
with a slain antelope to carry between them.
Or, on bad hunting days, nothing.

The women, who did not need to run down prey,
had brains that spotted landmarks and made paths between them
left at the thorn bush and across the scree
and look down in the bole of the half-fallen tree,
because sometimes there are mushrooms.
Before the flint club, or flint butcher’s tools,
The first tool of all was a sling for the baby
to keep our hands free
and something to put the berries and the mushrooms in,
the roots and the good leaves, the seeds and the crawlers.
Then a flint pestle to smash, to crush, to grind or break.

And sometimes men chased the beasts
into the deep woods,
and never came back.

Some mushrooms will kill you,
while some will show you gods
and some will feed the hunger in our bellies. Identify.
Others will kill us if we eat them raw,
and kill us again if we cook them once,
but if we boil them up in spring water, and pour the water away,
and then boil them once more, and pour the water away,
only then can we eat them safely. Observe.

Observe childbirth, measure the swell of bellies and the shape of breasts,
and through experience discover how to bring babies safely into the world.

Observe everything.

And the mushroom hunters walk the ways they walk
and watch the world, and see what they observe.
And some of them would thrive and lick their lips,
While others clutched their stomachs and expired.
So laws are made and handed down on what is safe. Formulate.

The tools we make to build our lives:
our clothes, our food, our path home…
all these things we base on observation,
on experiment, on measurement, on truth.

And science, you remember, is the study
of the nature and behaviour of the universe,
based on observation, experiment, and measurement,
and the formulation of laws to describe these facts.

The race continues. An early scientist
drew beasts upon the walls of caves
to show her children, now all fat on mushrooms
and on berries, what would be safe to hunt.

The men go running on after beasts.

The scientists walk more slowly, over to the brow of the hill
and down to the water’s edge and past the place where the red clay runs.
They are carrying their babies in the slings they made,
freeing their hands to pick the mushrooms.