Oda a Isaac Newton de Edmund Halley

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Oda a Isaac Newton de Edmund Halley

Al muy ilustre Isaac Newton y a este su trabajo físico-matemático, una señal de distinción de nuestro tiempo y nuestra estirpe.

He aquí, para tu mirada, el dibujo de los cielos.
¡Qué equilibrio de las masas, qué cálculos divinos!
Reflexiona aquí sobre las Leyes que el Creador,
enmarcando el universo, no dejó de lado
sino que hizo cimientos fijos de su obra.
El lugar más recóndito de los cielos, ahora ganado,
se vuelve visible, y ya no se oculta
la fuerza que hace girar el orbe más lejano. El sol
exaltado en su trono ordena que todas las cosas tiendan
hacia él por inclinación y descenso.
No permite que los cursos de las estrellas
sean rectos, mientras se mueven a través del vacío sin límites,
en elipses inmóviles. Ahora sabemos
los rumbos bruscamente cambiantes de los cometas, antaño fuente
de temor; ya no temblamos acobardados
cuando aparecen esos astros barbados.
Por fin sabemos por qué la luna plateada
en otro tiempo parecía viajar con pasos desiguales,
como si se negara acompasar su ritmo a los números…
algo no aclarado hasta ahora por ningún astrónomo;
por qué, aunque las estaciones van y vuelven,
las horas siempre avanzan en su camino.
Y explicadas  están también las fuerzas de las profundidades,
cómo la errante Cynthia agita las mareas,
por lo que el oleaje, abandonando ahora las algas…
a lo largo de la orilla, expone bancos de arena,
algo sospechado por los marineros, volviendo más tarde
a lanzar las olas en la playa.
Asuntos que atormentaron las mentes de antiguos adivinos,
y que a nuestros sabios doctores a menudo conducían
a enconadas y vanas disputas, ahora se ven
con la luz de la razón, las nubes de la ignorancia
disipadas al fin por la ciencia. Aquellos sobre quienes
el engaño arrojó el sombrío manto de duda,
se alzan ahora sobre las alas que les presta el genio,
pudiendo entrar en las mansiones de los dioses
y escalar las alturas del cielo. ¡Oh hombres mortales,
levantaos! Y, despojaros de vuestras preocupaciones terrenales,
aprended la potencia de una mente nacida del cielo,
¡Su pensamiento y vida retirados lejos del rebaño!
El hombre que a través de las tablas de la ley
una vez desterró el robo y el asesinato, que prohibió
el adulterio y los fraudes del perjurio
instalando a los pueblos errantes en ciudades
rodeadas de murallas, fue el fundador del estado.
El que bendijo a la raza con el don de Ceres,
el que extrajo de las uvas el bálsamo curativo,
o mostró cómo en el tejido hecho de juncos
que crecen en las riberas del Nilo se pueden inscribir
símbolos de sonido y así presentar la voz
para que la vista la capte, alivió la suerte humana,
compensando las miserias de la vida
con algo de felicidad. Pero ved ahora que,
admitidos en el banquete de los dioses,
contemplamos la política del cielo;
discernimos el orden inmutable del mundo
y de todos los eones de su historia.
Vosotros que ahora os deleitáis con el néctar celestial,
venid a celebrar conmigo el nombre
de Newton, amado por las Musas; pues él
reveló los tesoros ocultos de la Verdad:
Tan generosamente Febo  derramó en su mente
el resplandor de su propia divinidad.
Ningún mortal puede acercarse más a los dioses.

Edmund Halley

 

Esta oda, escrita originalmente en latín, apareció en el prefacio de la primera edición de Philosophiae Naturalis Principia Matematica (1687) de I. Newton. La versión inglesa moderna de la que aquí se informa se debe al profesor de latín Leon J.Richardson, de la Universidad de California.

Ode to Isaac Newton

To the illustrious man Isaac Newton
and this his work done in fields of the mathematics and physics,
a signal disctinction of our time and race.

Lo, for your gaze, the pattern of the skies!
What balance of the mass, what reckonings
Divine! Here ponder too the Laws which God,
Framing the Universe, set not aside
But made the fixed foundations of his work.

The inmost place of the heavens, now gained,
Break into view, nor longer hidden is
The force that turns the farthest orb. The sun
Exalted on his throne bids all things tend
Toward him by inclination and descent,
Nor suffer that the courses of the stars
Be straight, as through the boundless void they move,
But with himself as centre speeds them on
In motionless ellipses. Now we know
The sharply veering ways of comets, once
A source of dread, nor longer do we quail
Beneath appearances of bearded stars.

At last we learn wherefore the silver moon
Once seemed to travel with unequal steps,
As if she scorned to suit her pace to numbers –
Till now made clear to no astronomer;
Why, though the Seasons go and then return,
The Hours move ever forward on their way;
Explained too are the forces of the deep,
How roaming Cynthia bestirs the tides,
Whereby the surf, deserting now the kelp
Along the shore, exposes shoals of sand
Suspected by the sailors, now in turn
Driving its billows high upon the beach.

Matters that vexed the minds of ancient seers,
And for our learned doctors often led
to loud and vain contention, now are seen
In reason’s light, the clouds of ignorance
Dispelled at last by science. Those on whom
Delusion cast its gloomy pall of doubt,
Upborne now on the wings that genius lends,
May penetrate the mansions of the gods
And scale the heights of heaven. O mortal men,
Arise! And, casting off your earthly cares,
Learn ye the potency of heaven-born mind,
Its thought and life far from the herd withdrawn!

The man who through the tables of the laws
Once banished theft and murder, who suppressed
Adultery and crimes of broken faith,
And put the roving peoples into cities
Girt round with walls, was founder of the state,
While he who blessed the race with Ceres’ gift,
Who pressed from grapes an anodyne to care,
Or showed how on the tissue made from reeds
growing behind the Nile one may inscribe
Symbols of sound and so present the voice
For sight to grasp, did lighten human lot,
Offsetting thus the miseries of life
With some felicity. But now, behold,
Admitted to the banquets of the gods,
We contemplate the polities of heaven;
Discern the changeless order of the world
And all the aeons of its history.

Then ye who now on heavenly nectar fare,
Come celebrate with me in song the name
Of Newton, to the Muses dear; for he
Unlocked the hidden treasuries of Truth:
So richly through his mind had Phoebus cast
The radiance of his own divinity.
Nearer the gods no mortal may approach.

Edmund Halley

IN VIRI PRAESTANTISSIMI
D. ISAACI NEWTONI
OPVS HOCCE
MATHEMATICO-PHY SICVM
SAECYLI GENTISQVE NOSTRAE DECVS EGREGIVM

En tibi norma Poli, et divae libramina Molis
computus atque Iovis ; quas, dum primordia rerum
pangeret, omniparens Leges violare Creator
noluit, aeternique operis fundamina fixit.
Intima panduntur victi penetralia caeli,
nec latet extremos quae Vis circumrotat Orbes.
Sol solio residens ad se iubet omnia prono
tendere descensu, nec recto tramite currus
sidéreos patitur vastum per inane moveri ;
sed rapit immotis, se centro, singula Gyris.
Iam patet horrificis quae sit via flexa Cometis ;
iam non miramur barbati Phaenomena Astri.
Discimus hinc tandem qua causa argéntea Phoebe
passibus haud aequis graditur ; cur subdita nulli
hactenus Astrónomo numerorum fraena recuset :
cur remeant Nodi, curque Auges progrediuntur.
Discimus et quantis refluum vaga Cynthia Pontum
viribus impellit, dum fractis fluctibus Ulvam
deserit, ac Nautis suspectas nudat arenas;
alternis vicibus suprema ad littora pulsans.
Quae toties ánimos veterum torsere Sophorum,
quaeque Scholas frustra rauco certamine vexant
obvia conspicimus nubem pellente Mathesi.
Iam dubios nulla caligine praegravat error,
queis Superum penetrare domos atque ardua Caeli
scandere sublimis Genii concessit acumen.
Surgite Mortales, terrenas mittite curas;
atque hiñe caeligenae vires dignoscite Mentis,
a pecudum vita longe lateque remotae.
Qui scriptis iussit Tabulis compescere Caedes,
Furta et Adulteria, et periurae crimina Fraudis ;
quive vagis populis circumdare moenibus Urbes
autor erat ; Cererisve beavit muñere gentes ;
vel qui curarum lenimen pressit ab Uva;
vel qui Niliaca monstravit arundine pictos
consociare sonos, oculisque exponere Voces;
Humanam sortem minus extulit; utpote pauca
respiciens miserae solummodo commoda vitae.
Iam vero Superis convivae admittimur, alti
iura poli tractare licet, iamque abdita caecae
claustra patent Terrae, rerumque immobilis ordo,
et quae praeteriti latuerunt saecula mundi.
Taha monstrantem mecum celebrate Camoenis,
vos qui caelesti gaudetis nectare vesci,
Newtonum clausi reserantem scrinia Veri,
Newtonum Musis carum, cui pectore puro
Phoebus adest, totoque incessit Numine mentem :
nec fas est propius Mortali attingere Divos.

Edmund Halley. Versión original en latín.
Principios matemáticos de la filosofía natural, también conocido simplemente como Principia, publicado por Isaac Newton en la ciudad de Londres, el 5 de julio de 1687 a instancias de su amigo Edmond Halley, recoge sus descubrimientos en mecánica y cálculo matemático. Esta obra marcó un punto de inflexión en la historia de la ciencia y es considerada, por muchos, como la obra científica más importante de la Historia.
Halley tuvo un papel de crucial importancia en la publicación de los Principia, es posible que en la época de Newton no hubieran visto la luz de no haber sido por él. Halley no solo pagó la impresión sino que se encargó de corregir pruebas y de otras labores editoriales. Su admiración por el trabajo de Sir Isaac Newton se refleja en la oda que le dedicó.

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