Cántico Cósmico de Ernesto Cardenal

El Big Bang

canto_cósmico
Cantiga I

En el principio no había nada
ni espacio
ni tiempo
El Universo entero concentrado
en el espacio del núcleo de un átomo,
y antes aun menos, mucho menor que un protón,
y aun menos todavía, un infinitamente denso punto matemático.
Y fue el Big Bang.
La Gran Explosión.
El universo sometido a relaciones de incertidumbre,
su radio de curvatura indeterminado,
su geometría imprecisa
con el principio de incertidumbre de la Mecánica Cuántica,
geometría esférica en su conjunto pero no en su detalle,
como cualquier patata o papa indecisamente redonda,
imprecisa y cambiando además constantemente de imprecisión
todo en una loca agitación,
era la era cuántica del universo,
período en el que nada era seguro:
aun las «constantes» de la naturaleza fluctuantes indeterminadas,
esto es
verdaderas conjeturas del dominio de lo posible.
Protones, neutrones y electrones eran
completamente banales.
Estaba justificado decir que en el principio
la materia se encontraba completamente desintegrada.
Todo oscuro en el cosmos,
Buscando,
(según el misterioso canto de la Polinesia)
ansiosamente buscando en las tinieblas,
buscando
allí en la costa que divide la noche del día,
buscando en la noche,
la noche concibió la semilla de la noche,
el corazón de la noche existía allí desde siempre
aun en las tinieblas,
crece en las tinieblas
la pulpa palpitante de la vida,
de las sombras sale aun el más tenue rayo de luz,
el poder procreador,
el primer éxtasis conocido de la vida,
con el gozo de pasar del silencio al sonido,
y así la progenie del Gran Expandidor
llenó la expansión de los cielos,
el coro de la vida se alzó y brotó en éxtasis
y después reposó en una delicia de calma.
(El poema llegado a Nueva Zelanda de la Polinesia).
Todo era oscuro en el cosmos,
El espacio lleno de electrones
que no dejaban pasar la luz.
Hasta que los electrones se unieron con los protones
y el espacio se volvió transparente
y corrió la luz.
Y el universo se inició
como en el oratorio de Haydn.

Antes de la gran explosión
no había ni siquiera espacio vacío,
pues espacio y tiempo, y materia y energía, salieron de la explosión,
ni había ningún «afuera» adonde el universo explotara
pues el universo lo contenía todo, aun todo espacio vacío.
Antes del comienzo sólo Awonawilona existía,
nadie más con él en el vasto espacio del tiempo
sino la negra oscuridad por dondequiera
y la desolación vacía dondequiera
en el espacio del tiempo.
Y sacó su pensamiento afuera en el espacio…
No existía nada, ni existía la nada.
Entre día y noche no había límite.
Todo al principio estaba velado…
O como lo cuentan en las Islas Gilbert:
Na Arean sentado en el espacio
como una nube flotando sobre la nada…
La expansión del universo es
las velocidades provenientes de la gran explosión.
Y un difuso trasfondo de estática de radio
ha quedado flotando,
un vago rumor de radio disperso en el universo
como un eco lejano del Big Bang,
no obstante el «efecto dialéctrico»
de unas cagadas de palomas en la antena
(una pareja de palomas)
esa estática
es la más antigua señal captada por los astrónomos
(antes de la luz de las galaxias más distantes).

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Estrellas y luciérnagas

Cantiga 5

 

Memoria Audiovisual del Festival Internacional de Poesía de Medellín.

Aquel viejo reloj de La Merced a medias iluminado
que señalaba las 8, la hora de la visita a ella
-y hora en que la vieja María Cabezas al fondo de la casa en su vieja butaca empezaba su primer rosario-
ahora que escribo estos versos, tantos años después,
¿estará marcando esta hora de ahora, o estará descompuesto
parado en cualquier hora, tal vez las 8 de la noche
de muchos años atrás
inútilmente?

Mirando este cielo estrellado tán callado
y sin embargo poblado de millones de civilizaciones.
250.000 millones de soles sólo en nuestra galaxia
en un radio de cien mil años luz.
Millones allí de civilizaciones, planetas compañeros.
Los cielos.
Estrellas mucho más antiguas que el sol,
sociedades muchísimo más avanzadas que nosotros.
¿O acaso como los monstruos extraterrestres de Hollywood?
Los astrónomos han mirado hasta muy lejos en el espacio,
y muy lejos en el tiempo,
15.000 millones de años luz.
Haciendo ahora nuestra tierra un cuerpo celeste.
Un conjunto de galaxias, la metagalaxia.
Acaso la metagalaxia tenga forma de disco
y gire en torno a su eje,
y haya agrupaciones de metagalaxias…
Tras el mundo más lejano otro más lejano todavía,
el pasado más remoto aún tiene otro pasado,
y todo futuro otro futuro.
La luz de una estrella visible pueden ser 1.000 años luz
pero aquella espera frente a la casa iluminada
era un tiempo demasiado largo.
El reloj redondo de La Merced llenando toda la noche
y no dando nunca las 8.

Nosotros, seres vivos todavía, con la habilidad de exportar
entropía.
Palabra que no es de nuestro hablar cotidiano:
Entropía.
Todavía está ese vago rumor en el cosmos
que viene desde la creación.
La Segunda Ley: que lo frío no pasa a ser caliente.
El sol poniente de Soientiname bañaba de luz un pelo castaño
y el viento del bote lo revolvía. Ensortijado pelo castaño
que será castaño sólo por unos años,
que será castaño sólo por unos años.
El mío era negro.
Sobre nosotros esos agujeros negros de los que no se vuelve.
Y donde el espacio y tiempo se acaban. ¿Es que es inevitable
el colapso gravitatorio total del universo
hacia el olvido?
Sea como sea:
el gran disco cóncavo,
la gigantesca antena, enfoquemos
en dirección al Amor.

Canto Cósmico (1989). Fragmento de Estrellas y luciérnagas