Poema a Alan Turing

Turing_morfogenesis

Las rayas del tigre, de la cebra o del pez ángel, las manchas del guepardo o la jirafa… El capricho de los estampados nos fascina, pero ¿cómo se forman los patrones espaciales en la piel de algunos animales? ¿Qué fórmulas subyacen bajo la azarosa belleza de los pigmentos?
La generación de todos estos patrones cromáticos caprichosos ¿son fenómenos emergentes sensibles a las condiciones iniciales? ¿interactúan las células pigmentarias sin un control centralizado coordinado, autoorganizándose para crear estas maravillas estéticas?

A veces el álgebra fascina al ADN.

A Alan Mathison Turing

La tristeza,
singular como las rayas de la cebra,
arruga las fronteras en los mapas.
Embelesa la pupila,
la amolda a la curva suave de las dunas.
Arrastra hasta el pelaje
el trazado sinuoso de los deltas,
la línea de la costa.
El oro de los tigres,
la plata de los gatos,
el azabache del pez ángel
fluye en ecuaciones,
sedimenta en los genes,
se dispersa en desiertos felinos.
Todos los pigmentos de trazos singulares
en pieles del paisaje,
en paisajes de piel.
Tigres imitando los surcos de la arena,
archipiélagos copiando las escamas,
jirafas cartógrafas con mapas de las Cícladas,
Polinesia emergiendo en el lomo del guepardo.
A veces el álgebra fascina al ADN.

El matemático Alan Turing, conocido sobre todo por sus contribuciones a la ciencia de la computación y la inteligencia artificial, dedicó los últimos años de su vida a investigar la interacción entre la naturaleza y las matemáticas, buscando una teoría que explicara cómo los organismos adquieren sus formas complejas. Los resultados aparecen en el artículo «The Chemical Basis of Morphogenesis» (Las bases químicas de la morfogénesis) en el que proponía un modelo matemático para explicar cómo se forman los patrones en los organismos biológicos.
Este trabajo pionero fue el inicio de toda una línea de investigación que busca entender cómo funcionan los mecanismos de la naturaleza encontrando ecuaciones que los describan. No sólo revolucionó la comprensión en biología, sino que el modelo ha sido el germen para ayudar a descifrar la formación de patrones en sistemas vivos o en sistemas inertes, tan variados como las dunas de arena, los círculos de hadas.
El enfoque de Turing fue osado y durante décadas su estudio fue olvidado y pasó bastante desapercibido. Actualmente, desde un abordaje transversal e interdisciplinar, que involucra biología, química, física y matemáticas, la ciencia ha ampliado el marco abstracto de su teoría y el legado se ramifica con aplicaciones en infinidad de sistemas.

Morfogénesis

Al final de su vida Turing inició una nueva línea de estudio, todavía más rompedora que la de la computación , sintetizando las matemáticas con la biología. El científico buscó explicar cómo aparecen estructuras y formas de manera espontánea en distintos sistemas físicos, químicos y biológicos, centrándose en cuestiones como la formación de patrones en la piel de los vertebrados, por ejemplo las rayas de las cebras o las manchas de los tigres, introduciendo ecuaciones diferenciales de reacción-difusión.
Con este modelo matemático describía su formación a partir de una sustancia imaginada a la que denominaba morfógeno, aunque este tipo de sustancias no serían descubiertas en laboratorio hasta la década de los 60.
En la introducción al trabajo, Turing describía su propósito en pocas líneas: «En esta sección se describe un modelo matemático del embrión en crecimiento. Este modelo será una simplificación y una idealización, y por consiguiente una falsificación. Cabe esperar que las propiedades en las que se centra la discusión sean las más importantes en el estado actual del conocimiento».
La morfogénesis es, en cierta forma, el principio que activa los mecanismos celulares y biológicos que dan forma a un organismo y, en este trabajo, Turing mostraba que la vida también puede ser expresada en términos de un código, algo que se vería un año más tarde con el descubrimiento de la molécula de ADN, pero cuando él lo planteó todavía no se sabía que las células contenían información hereditaria en sus núcleos.
En 2013 un equipo de investigadores encontró la primera prueba experimental que validaba la teoría de Turing en estructuras similares a células «Testing Turing’s theory of morphogenesis in chemical cells». Los resultados de este estudio refuerzan el carácter de genio visionario de Turing, y llevan sus investigaciones a campos interdisciplinares, que van más allá de la computación.
Aunque todavía no se conocen con detalle todos los mecanismos genéticos implicados en estos procesos, hoy se sabe que la morfogénesis no es solo responsable de la formación de patrones en la pigmentación de los seres vivos, también es responsable de la asimetría izquierda-derecha en los vertebrados, el desarrollo de las extremidades, la ramificación de los pulmones o del sistema circulatorio, entre otros.
Esta entrada es mi aportación al tema Complejidades de #polivulgadores de @hypatiacafe.

Más información:
1. La influencia de Turing en la biología. David Jou
2. Nueva teoría profundiza sobre la creación de patrones de Turing en biología
3. Bridging ecology and physics: Australian fairy circles regenerate following model assumptions on ecohydrological feedbacks
4. Plant water stress, not termite herbivory, causes Namibia’s fairy circles

El electrobardo de Trurl

Expedición primera A, o El electrobardo de Trurl, relato incluido en Ciberíada de Stanislaw Lem

Cyberiada Stanislaw Lem
Trurl y Clapaucio, dos robots constructores, viajan por el universo realizando todo tipo de trabajos, la mayoría de las veces por encargo. Pueden manipular la materia y la energía, fabricando artefactos imposibles y en sus expediciones galácticas van resolviendo las distintas situaciones que se les presentan con una prodigiosa inventiva. Amigos y rivales, estos dos personajes colaboran y se retan demostrando que pueden construir casi cualquier cosa; lo que en ocasiones les lleva a materializar creaciones infaustas.
En la expedición primera A, Trurl construye un «electrobardo», pero su compañero Clapaucio duda de las dotes líricas de este «robot poeta» y le desafía a componer un poema que hable del amor y de la muerte, pero expresándose en términos de matemáticas superiores, sobre todo los del álgebra de tensores. Puede entrar también la topología superior y el análisis. Que el poema sea fuerte en erótica, incluso atrevido, y que todo pase en las esferas cibernéticas.
—Estás loco. ¿Sobre el amor en el lenguaje matemático? —dijo Trurl, pero se calló enseguida:
el Electrobardo se puso a recitar:

Un ciberneta joven potencias extremas
Estudiaba, y grupos unimodulares
De Ciberias, en largas tardes estivales,
Sin vivir del Amor grandes teoremas.
¡Huye…! ¡Huye, Laplace que llenas mis días!
¡Tus versares, vectores que sorben mis noches!
¡A mí, contraimagen! Los dulces reproches
Oír de mi amante, oh, alma, querías.
Yo temblores, estigmas, leyes simbólicas
Mutaré en contactos y rayos hertzianos,
Todos tan cascadantes, tan archirollanos
Que serán nuestras vidas libres y únicas.
¡Oh, clases transfinitas! ¡Oh, quanta potentes!
¡Continuum infinito! ¡Presistema blanco!
Olvido a Christoffel, a Stokes arranco
De mi ser. Sólo quiero tus suaves mordientes.
De escalas plurales abismal esfera,
¡Enseña al esclavo de Cuerpos primarios
Contada en gradientes de soles terciarios
Oh, Ciberias altiva, bimodal entera!
Desconoce deleites quien, a esta hora,
En el espacio de Weyl y en el estudio
Topológico de Brouwer no ve el preludio
Al análisis de curvas que Moebius ignora,
¡Tú, de los sentimientos caso comitante!
Cuánto debe amarte, tan sólo lo siente
Quien con los parámetros alienta su mente
Y en nanosegundos sufre, delirante.
Como al punto, base de la holometría,
Quitan coordenadas asíntotas cero,
Así al ciberneta, último, postrero
Soplo de vida quita del amor porfía.

Y aquí terminaron las justas poéticas:
Stanislaw Lem, Expedición primera A, o El electrobardo de Trurl, incluido en Ciberíada (1965)

Pero el experimento de la creación de un ser que fusionaba poesía y cibernética se le fue de las manos al constructor y la jefatura de navegación cósmica le ordenó liquidar inmediatamente este aparato que perturbaba líricamente el orden público. El final del relato es hilarante.

«Volvió luego a escondidas a su casa, pero la historia no terminó aquí: el Electrobardo, privado de la posibilidad de publicar su obra impresa, empezó a emitirla en todas las longitudes de ondas radiofónicas, sumiendo a las tripulaciones y pasajeros de cohetes en estado de aturdimiento lírico; las personas muy sensibles sufrían incluso graves crisis de embelesamiento, seguidas de accesos de postración. Una vez descubiertas las causas del fenómeno, la jefatura de navegación cósmica dirigió a Trurl la orden oficial de liquidar inmediatamente el aparato de su propiedad que perturbaba líricamente el orden público y perjudicaba la salud de los pasajeros. Lo único que hizo Trurl fue esconderse. Entonces las autoridades enviaron al planetoide unos técnicos que debían sellar el tubo de escape poético del Electrobardo, pero éste les dejó tan maravillados improvisando dos o tres romances, que se marcharon sin cumplir la tarea. El alto mando confió aquella misión a unos operarios sordos, lo que tampoco resolvió nada, ya que el Electrobardo les transmitió la información lírica por señas. Así las cosas, la gente empezó a hablar públicamente de la necesidad de una expedición punitiva o de bombardeo para eliminar al electropoeta, pero justo en aquel momento lo adquirió un monarca de un sistema estelar vecino y lo anexionó, junto con el planetoide, a su reino.
Trurl pudo salir por fin de su escondrijo y volver a la vida normal. Bien es verdad que de vez en cuando se veían en el horizonte sur explosiones de estrellas supernovas, como ni los más ancianos recordaban en toda su vida; se rumoreaba con insistencia que el fenómeno tenía algo que ver con la poesía. Según parece, aquel monarca, cediendo a un extraño capricho, ordenó a sus astroingenieros conectar al Electrobardo con una constelación de colosos blancos, y como resultado cada estrofa de poema se transformaba en unas gigantescas protuberancias de los soles, de modo que el mayor poeta del Cosmos transmitía su obra por pulsaciones de fuego a todos los infinitos espacios galácticos a la vez. En una palabra, aquel gran monarca lo convirtió en el motor lírico de un grupo de estrellas en explosión.
Aunque hubiera en ello un gramo de verdad, los fenómenos ocurrían demasiado lejos para quitar el sueño a Trurl. El insigne constructor había jurado por todo lo más sagrado no volver nunca jamás al modelado cibernético de procesos creadores.

Electrobardo_robot poeta
Ilustración de Daniel Mróz.

Cuando Google presentó su ‘chatbot’ impulsado por IA y leí que lo bautizaban como Bard (bardo), vino a mi cabeza el relato de Stanislaw Lem.

Google_Bard_IA
Stanisław Lem nació en la ciudad polaca de Lvov en 1921, en el seno de una familia de la clase media acomodada. Siguiendo los pasos de su padre, se matriculó en la Facultad de Medicina de Lvov hasta que, en 1939, los alemanes ocuparon la ciudad. Durante los siguientes cinco años, Lem vivirá con papeles falsos como miembro de la resistencia, trabajando como mecánico y soldador, saboteando coches alemanes.
En 1942 su familia se libró de milagro de las cámaras de gas de Belzec. Al final de la guerra, Lem regresó a la Facultad de Medicina, pero la abandonó al poco tiempo debido a diversas discrepancias ideológicas y a que no quería que lo alistaran como médico militar. En 1946 fue «repatriado» a la fuerza a Cracovia, donde fijaría su residencia.
Pronto, Lem comenzó una titubeante carrera literaria. Se considera de modo unánime que su primera novela es El hospital de la transfiguración , escrita en 1948, pero no publicada en Polonia hasta 1955 debido a problemas con la censura comunista. De hecho, esta novela fue considerada «contrarrevolucionaria» por las autoridades polacas, y obligaron a Lem a convertirla en la primera de una trilogía —la «Trilogía del tiempo perdido»—, cuyas otras dos entregas, De entre los muertos y El retorno , fueron repudiadas por Lem, que siempre se negó a que nadie las leyera.
No fue hasta 1951, año en que publicó Los astronautas , cuando por fin despegó su carrera literaria. Las novelas que escribió a partir de ese momento, pertenecientes en su mayoría al género de la ciencia-ficción, harían de él un maestro indiscutible de la moderna literatura polaca: Edén (1959), Memorias encontradas en una bañera (1961), Solaris (1961), El invencible (1964), Relatos del piloto Pirx (1968), o Congreso de futurología (1971).
Lem fue, también, autor de una variada obra filosófica y metaliteraria. Destaca en este ámbito, aparte de su obra Summa Technologiae (1964), la llamada «Biblioteca del Siglo XXI», conformada por Vacío perfecto (1971), Magnitud imaginaria (1973) y Provocación (1982).
Lem fue miembro honorario de la SFWA (Asociación Americana de Escritores de Ciencia-Ficción), de la que sería expulsado en 1976 tras declarar que la ciencia-ficción estadounidense era de baja calidad.
Stanislaw Lem falleció el 27 de marzo de 2006 en Cracovia a los 84 años de edad.

«Pájaro, Luna, Motor», poema de Jo Pitkin

Ada_Lovelace

Pájaro, Luna, Motor

Como una valla o un muro para protegerme del daño,
los tutores me rodeaban con lógica, hechos, teoremas.
Pero yo ocultaba las malas hierbas que crecían salvajes en mi mente.

A los cinco años, podía trazar el arco del arco iris.
Podía explicar las perpendiculares y las paralelas.
En mi mente, oía el viento en las malas hierbas silvestres.

Dividido en dos, mi enjuto sistema volaba, volaba.
Dejé que esas hierbas silvestres en mi mente se desplegaran
mientras el arte de mi padre insatisfecho se filtraba como la lluvia.

Madre, padre, mi mente finalmente soltó
su oscura maraña de malas hierbas. De los dibujos,
hice notas con letras de la A a la G para una máquina

máquina que computaría la pérdida y la ganancia —
y reconciliara mi corazón territorial, mi cerebro.

La poeta neoyorquina Jo Pitkin recuerda a Ada Lovelace (1815-1852). El poema aparece en la antología Raising Lilly Ledbetter: Women Poets Occupying the Workplace (editada por Caroline Wright, M.L. Lyons & Eugenia Toledo, Lost Horse Press, 2015).
El poema original en inglés, «Bird, Moon, Engine,» lo conocí en el blog Intersections — Poetry with Mathematics, de la matemática y poeta  JoAnne Growney.

Raising Lilly Ledbetter

Mas información sobre la científica en: Ada Byron: Condesa de Lovelace (1815-1851)

ADA_BYRON_LOVELACE

Código de Eavan Boland

La poeta Eavan Boland y la científica de la computación Grace Murray Hopper

Código de Eavan Boland

Una oda a Grace Murray Hopper 1906-88
creadora de un compilador informático y verificadora de COBOL

 

De poeta a poeta. Te imagino
En el límite del lenguaje, al comienzo del verano
en Wolfeboro, New Hampshire, escribiendo código.
No tienes sentido del tiempo. Ni siquiera sentido de los minutos.
No pueden llegar al interior de tu mundo,
tu puesto de trabajo gris
con el cuando y el ahora nunca y el una vez.
Te has perdido los otros siete.
Este es el octavo día de la Creación.

El pavo real ha sido creado, los ríos se han repoblado.
El arco iris se ha inclinado para vestir a la trucha.
La tierra ha encontrado su polo, la luna sus mareas.
Los átomos, las energías han hecho su trabajo,
han hecho el mundo, lo han terminado, han descansado.
Y a esto lo llamamos Creación. Y tú te lo has perdido.

La línea de mi horizonte, azul sólido
aparece por fin a cincuenta años de distancia
de tu fastidiosa y exacta paciencia:
La primera señal de que la noche será día
es un revuelo de hojas en este suburbio de Dublín
y el aire y los invertebrados y las aves
mientras la tierra vuelve de nuevo
a sus explicaciones:
Sus sombras. Sus reflejos. Sus palabras.

Estás al oeste de mí y en el pasado.
La oscuridad cae. La luz está en otra parte.
Las luciérnagas asoman por encima del lago.
Tú estás compilando binarios y ceros.
El mundo dado es lo que puedes traducir.
Y separas lo menor de lo mayor.

Que haya lenguaje…
aunque lo usemos de forma diferente:
Nunca lo hice atemporal como tú.
Nunca lo hice numérico como tú.
Y sin embargo lo uso aquí para imaginar
cómo en tu escritorio en el crepúsculo
la leyenda, la historia y el mito, por supuesto,
se reúnen en Wolfeboro, New Hampshire,
como si de un recuerdo se tratara. Como si de una fuente se tratara.

Hacedor del futuro, si el pasado
se está desvaneciendo de nuestra vista con la luz
fuera de la ventana y el archivo único
de elementos y animales, y todos los datos
de origen y resultado, que nunca encontrarán
su camino hacia ti o se refugian en tu sintaxis…

no hay ninguna diferencia entre nosotras.
Seguimos siendo humanas. Todavía hay luz
en mi barrio y tú estás en mi mente–
con la cabeza gacha, lo suficientemente mayor como para ser mi madre…
escribiendo código antes de que se vaya la luz del día.
Estoy escribiendo en una pantalla tan azul
como cualquier colina, como cualquier lago, componiendo esto
para mostrarte cómo el mundo comienza de nuevo:
Una palabra a la vez.
De una mujer a otra.

Código, New Collected Poems de Eavan Boland (Dublin, Irlanda, 24 setembre 1944 – Dublin, 27 abril 2020)

Traducción, Elena Soto.

Code by Eavan Boland

 

An Ode to Grace Murray Hopper 1906-88
maker of a computer compiler and verifier of COBOL

Poet to poet. I imagine you
at the edge of language, at the start of summer
in Wolfeboro, New Hampshire, writing code.
You have no sense of time. No sense of minutes even.
They cannot reach inside your world,
your gray work station
with when yet now never and once.
You have missed the other seven.
This is the eight day of Creation.

The peacock has been made, the rivers stocked.
The rainbow has leaned down to clothe the trout.
The earth has found its pole, the moon its tides.
Atoms, energies have done their work,
have made the world, have finished it, have rested.
And we call this Creation. And you missed it.

The line of my horizon, solid blue
appears at last fifty years away
from your fastidious, exact patience:
The first sign that night will be day
is a stir of leaves in this Dublin suburb
and air and invertebrates and birds,
as the earth resorts again
to its explanations:
Its shadows. Its reflections. Its words.

You are west of me and in the past.
Dark falls. Light is somewhere else.
The fireflies come out above the lake.
You are compiling binaries and zeroes.
The given world is what you can translate.
And you divide the lesser from the greater.

Let there be language–
even if we use it differently:
I never made it timeless as you have.
I never made it numerate as you did.
And yet I use it here to imagine
how at your desk in the twilight
legend, history and myth of course,
are gathering in Wolfeboro, New Hampshire,
as if to a memory. As if to a source.

Maker of the future, if the past
is fading from our view with the light
outside your window and the single file
of elements and animals, and all the facts
of origin and outcome, which will never find
their way to you or shelter in your syntax–

it makes no difference to us.
We are still human. There is still light
in my suburb and you are in my mind–
head bowed, old enough to be my mother–
writing code before the daylight goes.
I am writing at a screen as blue,
as any hill, as any lake, composing this
to show you how the world begins again:
One word at a time.
One woman to another.

 

Código, poema de Eavan Boland, dedicado a Grace Murray Hopper (1906 – 1992), pionera de la programación informática y miembro del equipo que desarrolló el primer compilador -una especie de traductor de lenguaje hombre-máquina- para el desarrollo de los lenguajes de programación.

En este poema, Boland trata la conexión entre escribir poesía y escribir código informático: «De poeta a poeta», dice en su primer verso, quedando ambas unidas por el lenguaje, aunque lo utilicen de forma diferente.

Más poemas de Eavan Boland

Ecstasy de Hedy Lamarr

hedy-lamar

Ecstasy

It began, as it will, in privacy,
Hedy Lamarr, right hand on the ivory keys,
an octave below her, George Antheil, slim
on a leather bench. He was playing a riff.
She followed. Again, then again, impulse
and echo, call and response, and Look,
she whispered, we are talking in code,
our sweet locution seamless, unbreakable.

And just what the nation needed-they knew-
a secret-spun articulation, a ciphered
téte-à-téte. It was 1942,
radio signals simple and jammable.
Here was the answer: a ticking riff,
electric, magnetic, hopping the frequencies,
tapping its glossy fingertips
down a slumped torpedo’s salty flank.

Out through the century its spectrum spread,
battlefield to microchip, a million million
cryptic trysts-while Lamarr with her patent,
her prize, met in darkness her flickering other.
Emulsion and light, she was less than a girl,
onion-skin thin on a waxy screen.

And desire’s perfect complement:
weightless, ageless, a film on the upturned eye.

How innocent her image then, as out through
the century’s cone-lit rooms, a nation sank
into velvet chairs. Then call and response,
synapse and blush, and Look, she whispered,
there is nothing between us-until nothing
stopped her airy touch, and nothing
stirred, and nothing cast its rhythmic clicks
high in the darkness above them.

El poema Ectasy de Linda Bierds aparece en su libro First Hand
first-hand

En 1942, cuando el mundo estaba en guerra y las imágenes de Hedy Lamarr llenaban las pantallas, la actriz desarrolló, junto con el compositor George Antheil, un sistema de comunicaciones por radio que no podía ser interceptado por el enemigo, pues cambiaba constantemente de frecuencia. Crearon una primera versión del denominado espectro ensanchado, que se utiliza en diferentes sistemas de telecomunicaciones.
linda-bierds

Linda Bierds es poeta y profesora de inglés y de escritura creativa en la Universidad de Washington, autora entre otras obras de First Hand

Éxtasis

Comenzó, como suele pasar, en la intimidad,
Hedy Lamarr, la mano derecha sobre las teclas de marfil,
una octava por debajo de ella, George Antheil, delgado
en un banco de cuero. Estaba tocando un riff.
Ella siguió. Una y otra vez más, el impulso
y el eco, llamada y respuesta, y mira,
susurró, -estamos hablando en clave,
nuestro dulce idioma transparente, inalterable.

Justo lo que la nación necesita -lo sabían-
una comunicación secreta, un cifrado
tête-à-tête. Era 1942,
señales de radio simples y bloqueables.
Aquí estaba la respuesta: un riff tictac,
eléctrico, magnético, saltando las frecuencias,
tocando sus dedos brillantes
por el flanco salado de un torpedo hundido.

A lo largo del siglo su espectro se expandió,
del campo de batalla al microchip, un millón de millones
de citas crípticas, mientras Lamarr con su patente,
su premio, se reunió en la oscuridad con otro parpadeo.
Emulsión y luz, tan solo era una niña,
piel de cebolla fina sobre una pantalla de cera.

Y el complemento perfecto del deseo:
sin peso, sin edad, una película sobre el ojo entornado.

Qué inocente es entonces su imagen, ya que a través de
salas de cono iluminado del siglo, una nación se hundió
en sillas de terciopelo. Luego llamada y respuesta,
sinapsis y sonrojo, y mira, ella susurró:
no hay nada entre nosotros, hasta que nada
detuvo su toque aireado, y nada
se agita, y nada emite sus clics rítmicos
un alto en la oscuridad sobre ellos.

El virus del ordenador

vainica doble Carbono 14

El virus del ordenador de Vainica Doble (tema del álbum Carbono 14)

Confieso que soy
la causa de un lío infernal,
confieso que soy
un riesgo internacional.
Trabajo a nivel
de redes de alcance mundial,
mi radio de acción
es el universo,
procedo a traición,
porque soy perverso;
mi caldo de cultivo
está en los electrones negativos.

Confieso que soy
pirata del mundo industrial,
confieso que soy
espía internacional.
Por ordenador
practico mi amor por el mal.
Por ordenador
me meto en su casa;
por ordenador
en la propia NASA;
mi caldo de cultivo
está en los electrones negativos.

Soy el virus del ordenador,
soy el virus del ordenador,
un germen sin conciencia,
sin clemencia, ni pudor;
soy la oveja más negra de la ciencia;
porque soy
un ángel exterminador,
soy el virus del ordenador,
un error de la ciencia.
¡Qué no haré cuando sea mayor,
si aún estoy en la adolescencia!

Confieso que estoy
tramando el fantástico plan
de hundir a la vez
el Pentágono y el Bundesbank.
Y no cejaré
hasta que ponga todo al revés,
el sur en el norte
el norte abajo
que «la cumbre» en pleno
se vaya al carajo,
si no hallo en el camino
al pérfido antivirus asesino.

Soy el virus del ordenador,
soy el virus del ordenador,
un germen sin conciencia,
sin clemencia, ni pudor,
soy la oveja más negra de la ciencia,
porque soy
un ángel exterminador
soy el virus del ordenador,
un error de la ciencia,
¡Qué no haré cuando sea mayor,
si aún estoy en la adolescencia!

Soy el virus del ordenador,
soy el virus del ordenador,
un germen sin conciencia,
sin clemencia, ni pudor,
soy la oveja más negra de la ciencia,
porque soy
un ángel exterminador
soy el virus del ordenador,
un error de la ciencia.

¡Qué no haré cuando sea mayor,
si aún estoy en la adolescencia!

Vainica Doble. Álbum Carbono 14  (1997)

» Teoría y organización de autómatas complejos «  de  John Louis Von Neumann

Aunque para el gran público los virus comienzan a ser conocidos a comienzos de la década de los 80 su origen se remonta a 1939 cuando el matemático John Louis Von Neumann escribió el artículo «Teoría y organización de autómatas complejos», en el que hablaba de la posibilidad de desarrollar pequeños programas que pudiesen tomar el control de otros con una estructura similar.
Este artículo de Neumann inspiró a tres jóvenes programadores Robert Tomas Morris, Douglas McIlory y Víctor Vysottsky que trabajaban en AT&T, Bell Computer; que crearon un programa al que llamaron CoreWar.
CoreWar, conocido como Red Code (código rojo), era un juego que, en la actualidad es posible ejecutar por medio de un programa llamado MARS (Memory Array Redcode Simulator).
Los contendores del CoreWar ejecutan programas que poco a poco van disminuyendo la memoria del ordenador y el ganador es el que logra eliminarla totalmente.
El nombre de virus se debe a su parecido con los biológicos, pues se introducen en el ordenador (cuerpo humano), infectan los programas y ficheros (las células) y se reproducen, propagando la infección por el propio sistema, y contagiando a otros sistemas que tengan contacto con el original. El primero en haberlos llamado virus fue Len Adleman.