La naturaleza salvaje de Marosa Di Giorgio

MAROSA_DI_GIORGIO_papeles_salvajes

El gladiolo es una lanza con el costado lleno de claveles, es un cuchillo de claveles; ya salta la ventana, se hinca en la mesa; es un fuego errante, nos quema los vestidos, los papeles. Mamá dice que es un muerto que ha resucitado y nombra a su padre y a su madre y empieza a llorar.

El gladiolo rosado se abrió en casa.
Pero ahuyéntalo, dile que se vaya.
Esa loca azucena nos va a asesinar.

@@@@@@@@@@@@@@@@@

Me acuerdo de los repollos acresponados, blancos, -rosanieves
de la tierra, de los huertos-, de marmolina, de la porcelana más
leve, los repollos con los niños dentro:
Y las altas acelgas azules.
Y el tomate, riñón de rubíes.
Y las cebollas envueltas en papel de seda, papel de fumar, como
bombas de azúcar, de sal, de alcohol.
Los espárragos gnomos, torrecillas del país de los gnomos.
Me acuerdo de las papas, a las que siempre plantábamos en el
medio un tulipán.
Y las víboras de largas alas anaranjadas.
Y el humo del tabaco de las luciérnagas, que fuman sin reposo.
Me acuerdo de la eternidad.

@@@@@@@@@@@@@@

Me encantan la magnolia amarilla,
y la magnolia rosada y amarilla,
y la magnolia blanca como un estrella,
y la magnolia con rayas grises,
ésa parece una pájara del bosque,
una polla con las alas abiertas.
Pido a papá que me traiga la magnolia que nadie tiene;
y él va y la corta en el minuto preciso,
y la trae al medio de la pieza,
y ella abre los grandes pétalos perfumados,
y le cuelga la cabecita gris sangrando.

@@@@@@@@@@@@@

Traemos una hoja parda, una hoja de violeta, una hoja redonda, una hoja estriada.
Sobre la mesa, las violetas con su delicado tentáculo, su melenita azul. Ese perfume y ese color son del trasmundo, del submundo, de donde viene el Señor, el Negro, el mariposa de plata, de muchísimas alas, apoyándose en una, en otra.
Todos quieren matarle, deshacerle, pero resulta imposible, porque es inmortal, y se desliza con un raro barullo; le siguen antiguos niños, papeles rotos, y violetas.

@@@@@@@@@@@@@@@@

Las margaritas abarcaron todo el jardín, primero, fueron como
un arroz dorado; luego, se abrían de verdad; eran como pájaros
deformes, circulares, de muchas alas en torno a una sola cabeza
de oro o de plata. Las margaritas doradas y plateadas quemaron
todo el jardín. Su penetrante perfume a uvas nos inundó, el pe-
entrante perfume a uvas, a higo, a miel, de las margaritas, que-
mó toda la casa. Por ellas, nos volvíamos audaces, como locos,
como ebrios. E íbamos a través de toda la noche, del alba, de la
mañana, por el día, cometiendo el más hermoso de los pecados,
sin cesar.

@@@@@@@@@@@@@@@

Me libré de los jazmines. Antes, en diciembre, crecían
anchos como viñas. Era casi imposible ir al colegio; mamá,
igual,me ponía el vestido de organdí blanco y los moños, y
me empujaba entre aquellas flores que no admitían otra cosa
que su locura, su brío, su vida apasionada e inmaculada. El
perfume era tal, que se podía tocar como si fuera un tul o una
espuma; a veces, de tan blanco, se volvía plateado, y hasta
celeste. Una vez el organdí se me deshizo; era imposible
andar o detenerse; quedé desnuda entre aquellas copas
velatorias; se formaban desesperadamente, y, a la vez, no
tenían ningún interés por mí; no sé cómo pude salir viva de
aquella vida, del rosal siniestro del Jazmín del Cabo.

@@@@@@@@@@@@@@@@

Las avispas eran finísimas. Como los ángeles, cabían muchas en un punto. Todas parecían señoritas, maestras de baile. Imité su murmullo bastante bien. Rondaron sobre las flores blancas del manzano, las ocres del membrillo, las duras rosas rojas del granado. O en las fuentecitas, donde mi prima, mi hermana y yo las mirábamos con la mano en el mentón. Ante ellas fuimos gigantes, monstruos. Pero lo más pasmoso era los cartones que fabricaban; casi de golpe, aparecían sus palacios de grueso papel gris, entre las hojas y, adentro, platos de miel.
Mientras, proseguía el lagarto cazando huevos de gallina, calientes golosinas; cruzaban las víboras azules como el fuego, subían claveles labrados y rizados, iguales a copas de arroz y de frutilla.
El mundo, por todas partes, acuciante, encantador.
Y una cara, separada, sólo pintada, iba entre las hojas, ojos bajos, boca abierta y roja.
Y cuando ya había pasado, pasaba una vez más.

Marosa Di Giorgio (Salto, Uruguay, 1932- Montevideo, 2004). Su obra poética, reunida bajo el título de Los Papeles Salvajes, se le otorgó el I Premio Internacional de Poesía en lengua castellana, convocado por el Festival Internacional de Poesía de Medellín. Algunos de sus libros publicados son: Poemas (1954); Humo (1955); Druída (1959); Historial de las violetas (1965); La guerra de los huertos (1971); Clavel y tenebrario (1979); La liebre de marzo (1981); Mesa de esmeralda (1985); La falena (1989); y Membrillo de Lusana (1989). En prosa, publicó Misales (Calicanto, Montevideo, 1993); Camino de las pedrerías (Planeta, 1997) y Reina Amelia, su primera novela
(Adriana Hidalgo, 1999).

La representación de la naturaleza en el arte es una vía de acercarnos a la poesía de Marosa di Giorgio, de entrar en su mundo de una naturaleza alucinada y a la vez domesticada. Di Giorgio siempre subraya el ambiente natural, un mundo de la chacra de su infancia donde los vegetales comunes –la calabaza, las arvejas, la cebolla– se entremezclan vertiginosamente con flores venenosas, con frutos mágicos, en campos por donde se mueven familiares, vecinos, animales, la Virgen, y seres nocturnos que seducen y asustan.
La abundancia campestre de este mundo se tiñe a veces de algo enfermizo, casi como si hubiera algo que infectara las raíces de las plantas para que nunca llegaran a su plenitud. A veces el escenario se parece a un Edén domesticado, pero siempre al borde de lo salvaje. La evocación de la naturaleza de esta manera es a la vez una nostalgia teñida de amenaza.

La naturaleza irresistible e intolerable de Marosa di Giorgio de Gwen Kirkpatrick.

Los hongos nacen en silencio…

hongosnacen-en-silencio

Los hongos nacen en silencio…

Los hongos nacen en silencio; algunos nacen en silencio; otros con un breve alarido, un leve trueno. Unos son blancos, otros rosados, ése es gris y parece una paloma, la estatua a una paloma; otros son dorados o morados. Cada uno trae -y eso es lo terrible- la inicial del muerto de donde procede. Yo no me atrevo a devorarlos; esa carne levísima es pariente nuestra. Pero, aparece en la tarde el comprador de hongos y empieza la siega. Mi madre da permiso. Él elige como un águila. Ese blanco como el azúcar, uno rosado, uno gris. Mamá no se da cuenta que vende a su raza.

De «Los papeles salvajes» de Marosa di Giorgio (1932, Salto – 2004, Montevideo)

Marosa di Giorgio Médici (Salto, 16 de junio de 1932 – Montevideo, 17 de agosto de 2004)

A mitad de camino entre el reino animal y el vegetal, el reino Fungi o reino de hongos, está formado por criaturas extrañas y misteriosas de las que sabemos muy poco. Son organismos heterótrofos, es decir, como los animales dependen de otros para sobrevivir, pero no pueden moverse para buscar el alimento, por lo que han desarrollado sus propias estrategias; por un lado, tienen un poderoso sistema enzimático que les permite degradar casi todo; por otro, digieren el alimento fuera de su cuerpo para después ingerirlo por absorción y, además tienen la capacidad de crear relaciones con todo tipo de organismos, animales y vegetales. La mayoría de las plantas de nuestro planeta no podrían vivir sin los hongos que llevan asociados que les ayudan a absorber los nutrientes necesarios.