El electrobardo de Trurl

Expedición primera A, o El electrobardo de Trurl, relato incluido en Ciberíada de Stanislaw Lem

Cyberiada Stanislaw Lem
Trurl y Clapaucio, dos robots constructores, viajan por el universo realizando todo tipo de trabajos, la mayoría de las veces por encargo. Pueden manipular la materia y la energía, fabricando artefactos imposibles y en sus expediciones galácticas van resolviendo las distintas situaciones que se les presentan con una prodigiosa inventiva. Amigos y rivales, estos dos personajes colaboran y se retan demostrando que pueden construir casi cualquier cosa; lo que en ocasiones les lleva a materializar creaciones infaustas.
En la expedición primera A, Trurl construye un «electrobardo», pero su compañero Clapaucio duda de las dotes líricas de este «robot poeta» y le desafía a componer un poema que hable del amor y de la muerte, pero expresándose en términos de matemáticas superiores, sobre todo los del álgebra de tensores. Puede entrar también la topología superior y el análisis. Que el poema sea fuerte en erótica, incluso atrevido, y que todo pase en las esferas cibernéticas.
—Estás loco. ¿Sobre el amor en el lenguaje matemático? —dijo Trurl, pero se calló enseguida:
el Electrobardo se puso a recitar:

Un ciberneta joven potencias extremas
Estudiaba, y grupos unimodulares
De Ciberias, en largas tardes estivales,
Sin vivir del Amor grandes teoremas.
¡Huye…! ¡Huye, Laplace que llenas mis días!
¡Tus versares, vectores que sorben mis noches!
¡A mí, contraimagen! Los dulces reproches
Oír de mi amante, oh, alma, querías.
Yo temblores, estigmas, leyes simbólicas
Mutaré en contactos y rayos hertzianos,
Todos tan cascadantes, tan archirollanos
Que serán nuestras vidas libres y únicas.
¡Oh, clases transfinitas! ¡Oh, quanta potentes!
¡Continuum infinito! ¡Presistema blanco!
Olvido a Christoffel, a Stokes arranco
De mi ser. Sólo quiero tus suaves mordientes.
De escalas plurales abismal esfera,
¡Enseña al esclavo de Cuerpos primarios
Contada en gradientes de soles terciarios
Oh, Ciberias altiva, bimodal entera!
Desconoce deleites quien, a esta hora,
En el espacio de Weyl y en el estudio
Topológico de Brouwer no ve el preludio
Al análisis de curvas que Moebius ignora,
¡Tú, de los sentimientos caso comitante!
Cuánto debe amarte, tan sólo lo siente
Quien con los parámetros alienta su mente
Y en nanosegundos sufre, delirante.
Como al punto, base de la holometría,
Quitan coordenadas asíntotas cero,
Así al ciberneta, último, postrero
Soplo de vida quita del amor porfía.

Y aquí terminaron las justas poéticas:
Stanislaw Lem, Expedición primera A, o El electrobardo de Trurl, incluido en Ciberíada (1965)

Pero el experimento de la creación de un ser que fusionaba poesía y cibernética se le fue de las manos al constructor y la jefatura de navegación cósmica le ordenó liquidar inmediatamente este aparato que perturbaba líricamente el orden público. El final del relato es hilarante.

«Volvió luego a escondidas a su casa, pero la historia no terminó aquí: el Electrobardo, privado de la posibilidad de publicar su obra impresa, empezó a emitirla en todas las longitudes de ondas radiofónicas, sumiendo a las tripulaciones y pasajeros de cohetes en estado de aturdimiento lírico; las personas muy sensibles sufrían incluso graves crisis de embelesamiento, seguidas de accesos de postración. Una vez descubiertas las causas del fenómeno, la jefatura de navegación cósmica dirigió a Trurl la orden oficial de liquidar inmediatamente el aparato de su propiedad que perturbaba líricamente el orden público y perjudicaba la salud de los pasajeros. Lo único que hizo Trurl fue esconderse. Entonces las autoridades enviaron al planetoide unos técnicos que debían sellar el tubo de escape poético del Electrobardo, pero éste les dejó tan maravillados improvisando dos o tres romances, que se marcharon sin cumplir la tarea. El alto mando confió aquella misión a unos operarios sordos, lo que tampoco resolvió nada, ya que el Electrobardo les transmitió la información lírica por señas. Así las cosas, la gente empezó a hablar públicamente de la necesidad de una expedición punitiva o de bombardeo para eliminar al electropoeta, pero justo en aquel momento lo adquirió un monarca de un sistema estelar vecino y lo anexionó, junto con el planetoide, a su reino.
Trurl pudo salir por fin de su escondrijo y volver a la vida normal. Bien es verdad que de vez en cuando se veían en el horizonte sur explosiones de estrellas supernovas, como ni los más ancianos recordaban en toda su vida; se rumoreaba con insistencia que el fenómeno tenía algo que ver con la poesía. Según parece, aquel monarca, cediendo a un extraño capricho, ordenó a sus astroingenieros conectar al Electrobardo con una constelación de colosos blancos, y como resultado cada estrofa de poema se transformaba en unas gigantescas protuberancias de los soles, de modo que el mayor poeta del Cosmos transmitía su obra por pulsaciones de fuego a todos los infinitos espacios galácticos a la vez. En una palabra, aquel gran monarca lo convirtió en el motor lírico de un grupo de estrellas en explosión.
Aunque hubiera en ello un gramo de verdad, los fenómenos ocurrían demasiado lejos para quitar el sueño a Trurl. El insigne constructor había jurado por todo lo más sagrado no volver nunca jamás al modelado cibernético de procesos creadores.

Electrobardo_robot poeta
Ilustración de Daniel Mróz.

Cuando Google presentó su ‘chatbot’ impulsado por IA y leí que lo bautizaban como Bard (bardo), vino a mi cabeza el relato de Stanislaw Lem.

Google_Bard_IA
Stanisław Lem nació en la ciudad polaca de Lvov en 1921, en el seno de una familia de la clase media acomodada. Siguiendo los pasos de su padre, se matriculó en la Facultad de Medicina de Lvov hasta que, en 1939, los alemanes ocuparon la ciudad. Durante los siguientes cinco años, Lem vivirá con papeles falsos como miembro de la resistencia, trabajando como mecánico y soldador, saboteando coches alemanes.
En 1942 su familia se libró de milagro de las cámaras de gas de Belzec. Al final de la guerra, Lem regresó a la Facultad de Medicina, pero la abandonó al poco tiempo debido a diversas discrepancias ideológicas y a que no quería que lo alistaran como médico militar. En 1946 fue «repatriado» a la fuerza a Cracovia, donde fijaría su residencia.
Pronto, Lem comenzó una titubeante carrera literaria. Se considera de modo unánime que su primera novela es El hospital de la transfiguración , escrita en 1948, pero no publicada en Polonia hasta 1955 debido a problemas con la censura comunista. De hecho, esta novela fue considerada «contrarrevolucionaria» por las autoridades polacas, y obligaron a Lem a convertirla en la primera de una trilogía —la «Trilogía del tiempo perdido»—, cuyas otras dos entregas, De entre los muertos y El retorno , fueron repudiadas por Lem, que siempre se negó a que nadie las leyera.
No fue hasta 1951, año en que publicó Los astronautas , cuando por fin despegó su carrera literaria. Las novelas que escribió a partir de ese momento, pertenecientes en su mayoría al género de la ciencia-ficción, harían de él un maestro indiscutible de la moderna literatura polaca: Edén (1959), Memorias encontradas en una bañera (1961), Solaris (1961), El invencible (1964), Relatos del piloto Pirx (1968), o Congreso de futurología (1971).
Lem fue, también, autor de una variada obra filosófica y metaliteraria. Destaca en este ámbito, aparte de su obra Summa Technologiae (1964), la llamada «Biblioteca del Siglo XXI», conformada por Vacío perfecto (1971), Magnitud imaginaria (1973) y Provocación (1982).
Lem fue miembro honorario de la SFWA (Asociación Americana de Escritores de Ciencia-Ficción), de la que sería expulsado en 1976 tras declarar que la ciencia-ficción estadounidense era de baja calidad.
Stanislaw Lem falleció el 27 de marzo de 2006 en Cracovia a los 84 años de edad.